El arte de amar de Erich Fromm. Resumen.
Por Manuel O. Gonzalez Perea toma de el siguiente
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En contraste con la unión simbiótica, el
amor maduro significa unión a condición de presentar la propia
integridad, la propia individualidad. El amor es un poder activo en el
hombre; un poder que atraviesa las barreras que separan al hombre de sus
semejantes y lo une a los demás; el amor lo capacita para superar su
sentimiento de aislamiento y separatividad. En el amor se da la paradoja
de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo
dos.
El amor es la preocupación activa por la
vida y el crecimiento de lo que amamos. Cuando falta tal preocupación
activa, no hay amor. La esencia del amor es “trabajar” por algo y “hacer
crecer” El amor y el trabajo son inseparables. Se ama aquello por lo
que se trabaja, y se trabaja por lo que se ama.
El cuidado y la preocupación implican
otro aspecto del amor: el de la responsabilidad. Hoy en día suele usarse
ese término para denotar un deber, algo impuesto desde el exterior.
Pero la responsabilidad, en su verdadero sentido, es un acto enteramente
voluntario, constituye mi respuesta a las necesidades, expresadas o no,
de otro ser humano. Ser “responsable” significa estar listo y dispuesto
a “responder”. Jonás no se sentía responsable ante los habitantes de
Nínive. El, como Caín, podía preguntar: ¿Soy yo el guardián de mi
hermano? La persona que ama responde, La vida de su hermano no es solo
asunto de su hermano, sino propio. Siéntese tan responsable por sus
semejantes como por si mismo. Tal responsabilidad, en el caso de la
madre y su hijo, atañe principalmente al cuidado de las necesidades
físicas. En el amor entre adultos, a las necesidades síquicas de la otra
persona.
La responsabilidad podría degenerar
fácilmente en dominación y posesividad, si no fuera por un tercer
componente del amor, el respeto. Respeto no significa temor y sumisa
reverencia; denota, de acuerdo con la raíz de la palabra (respicere =
mirar), la capacidad de ver a una persona tal cual es, tener conciencia
de su individualidad única. Respetar significa preocuparse por que la
otra persona crezca y se desarrolle tal como es. De ese modo, el respeto
implica la ausencia de explotación. Quiero que la persona amada crezca y
se desarrolle por si misma, en la forma que les es propia, y no para
servirme. Si amo a la otra persona, me siento uno con ella, pero con
ella tal cual es, no como yo necesito que sea, como un objeto para mi
uso. Es obvio que el respeto sólo es posible si yo he alcanzado
independencia; si puedo caminar sin muletas, sin tener que dominar o
explotar a nadie. El respeto sólo existe sobre la base de la libertad:
“l´amour est l’enfant de la liberté”, dice una vieja canción francesa;
el amor es hijo de la libertad, nunca de la dominación.
Respetar a una persona sin conocerla, no
es posible; el cuidado y la responsabilidad serían ciegos si no los
guiara el conocimiento. Hay muchos niveles de conocimiento; el que
constituye un aspecto del amor no se detiene en la periferia, sino que
penetra hasta el meollo. Sólo es posible cuando puedo trascender la
preocupación por mi mismo y ver a al otra persona en sus propios
términos. Pero el conocimiento tiene otra relación, más fundamental, con
el problema del amor. La necesidad básica de fundirse con otra persona
para trascender de ese modo la prisión de la propia separatividad se
vincula, de modo íntimo, con otro deseo específicamente humano, el de
conocer el “secreto del hombre”. Si bien la vida en sus aspectos
meramente biológicos es un milagro y un secreto, el hombre, en sus
aspectos humanos, es un impenetrable secreto para sí mismo –y para sus
semejantes-. Nos conocemos y, a pesar de todos los esfuerzos que podamos
realizar, no nos conocemos. Conocemos a nuestros semejantes y, sin
embargo, no los conocemos, porque no somos una cosa, y tampoco lo son
nuestros semejantes. Cuanto más avanzamos hacia las profundidades de
nuestro ser, o el ser de los otros, más nos elude la meta del
conocimiento. Sin embargo, no podemos dejar de sentir el deseo de
penetrar en el secreto del alma humana, en el núcleo más profundo que es
“él”. La crueldad misma está motivada por algo más profundo: el deseo
de conocer el secreto de las cosas y de la vida. Otro camino para
conocer “el secreto” es el amor. El amor es la penetración activa en la
otra persona, en la que la unión satisface mi deseo de conocer. En el
acto de fusión, te conozco, me conozco a mi mismo, conozco a todos –y no
“conozco” nada-. Conozco de la única manera en que el conocimiento de
lo que está vivo le es posible al hombre –por la experiencia de la
unión- no mediante algún conocimiento proporcionado por nuestro
pensamiento. La única forma de alcanzar el conocimiento total consiste
en el acto de amar: ese acto trasciende el pensamiento, trasciende las
palabras. Es una zambullida temeraria en la experiencia de la unión. Sin
embargo, el conocimiento del pensamiento, es decir, el conocimiento
psicológico, es una condición necesaria para el pleno conocimiento en el
acto de amar. Tengo que conocer a la otra persona y a mi mismo
objetivamente, para poder ver su realidad, o más bien, para dejar de
lado las ilusiones, mi imagen irracionalmente deformada de ella. Sólo
conociendo objetivamente a un ser humano, puedo conocerlo en su esencia,
en el acto de amar. El problema de conocer al hombre es paralelo al
problema religioso de conocer a Dios. En la tecnología occidental
convencional se intenta conocer a Dios por medio del pensamiento, de
afirmaciones acerca de Dios. Se supone que puedo conocer a Dios en mi
pensamiento. En el misticismo, que es el resultado del monoteísmo, se
renuncia al intento de conocer por medio del pensamiento, y se lo
reemplaza por la experiencia de la unión con Dios, en la que ya no hay
lugar para el conocimiento acerca de Dios, ni tal conocimiento es
necesario. La experiencia de la unión, con el hombre o, desde un punto
de vista religioso, con Dios, no es en modo alguno irracional. Por el
contrario, y como lo señaló Albert Schwetzer, es la consecuencia del
racionalismo, su consecuencia más audaz y radical. Se basa en nuestro
conocimiento de las limitaciones fundamentales, y no accidentales, de
nuestro conocimiento. Es el conocimiento de que nunca “captaremos” el
secreto del hombre y del universo, pero que podemos conocerlos, sin
embargo, en el acto de amar.
Cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento son mutuamente interdependientes.
El amor infantil sigue el principio: “Amo porque me aman”.
El amor maduro obedece al principio: “Me aman porque amo”.
El amor inmaduro dice: “Te amo porque te necesito”.
El amor maduro dice: “Te necesito porque te amo”.
La clase más fundamental de amor, básica
en todos los tipos de amor, es el amor fraternal. Por él se entiende el
sentido de responsabilidad, cuidado, respeto y conocimiento con
respecto a cualquier otro ser humano, el deseo de promover su vida. Si
he desarrollado la capacidad de amar, no puedo dejar de amar a mis
hermanos. En el amor fraternal se realiza la experiencia de unión con
todos los hombres, de solidaridad humana, de reparación humana. El amor
fraternal se basa en la experiencia de que todos somos uno. Las
diferencias en talento, inteligencia, conocimiento, son despreciables en
comparación con la identidad de la esencia humana común a todos los
hombres. Para experimentar dicha identidad es necesario penetrar desde
la periferia hacia el núcleo. Si percibo en otra persona nada más que lo
superficial, percibo principalmente las diferencias, lo que nos separa.
Si penetro hasta el núcleo, percibo nuestra identidad, el hecho de
nuestra humanidad. Una mujer sólo puede ser una madre verdaderamente
amante si puede amar; amar a su esposo, a otros niños, a los extraños, a
todos los seres humanos. La mujer que no es capaz de amar en ese
sentido, puede ser una madre afectuosa mientras su hijo es pequeño, pero
no será una madre amante, y la prueba de ello es la voluntad de aceptar
la separación –y aún después de la separación seguir amando-.
El amor erótico es el anhelo de fusión
completa, de unión con una única otra persona. Por su propia naturaleza,
es exclusivo y no universal; es también, quizá, la forma de amor más
engañosa que existe. En primer lugar, se lo confunde fácilmente con la
experiencia explosiva de “enamorarse”, el súbito derrumbe de las
barreras que existían hasta ese momento entre dos desconocidos. Pero,
como señalamos antes, tal experiencia de repentina intimidad es, por su
misma naturaleza, de corta duración. Cuando el desconocido se ha
convertido en una persona íntimamente conocida, ya no hay más barreras
que superar, ningún súbito acercamiento que lograr. Se llega a conocer a
la persona “amada” tan bien como a uno mismo. O quizá, sería mejor
decir tan poco. Si la experiencia de la otra persona fuera más profunda,
si se pudiera experimentar la infinitud de su personalidad, nunca nos
resultaría tan familiar y el milagro de salvar las barreras podría
renovarse a diario. El resultado es que se trata de encontrar amor en la
relación con otra persona, con un nuevo desconocido. Este se transforma
nuevamente en una persona “íntima”, la experiencia de enamorarse vuelve
a ser estimulante e intensa, para tornarse otra vez menos y menos
intensa, y concluye en el deseo de una nueva conquista, un nuevo amor,
siempre con la ilusión de que el nuevo amor será distinto de los
anteriores. El deseo sexual puede ser estimulado por la angustia de la
soledad, por el deseo de conquistar o de ser conquistado, por la
vanidad, por el deseo de herir y aún de destruir, tanto como por el
amor. Parecería que cualquier emoción intensa, el amor entre otras,
puede estimular y fundirse con el deseo sexual. Como la mayoría de la
gente une el deseo sexual a la idea del amor, con facilidad incurre en
el error de creer que se ama cuando se desea físicamente. El amor puede
inspirar el deseo de la unión sexual; en tal caso, la relación física
hallase libre de avidez, del deseo de conquistar o ser conquistado, pero
está fundido con la ternura. Si el deseo de unión física no está
estimulado por el amor, si el amor erótico no es a la vez amor fraterno,
jamás conduce a la unión salvo en un sentido orgiástico y transitorio.
La atracción sexual crea, por un momento, la ilusión de la unión, pero,
sin amor, tal “unión” deja a los desconocidos tan separados como antes.
El amor erótico es exclusivo, pero ama en la otra persona a toda la
humanidad, a todo lo que vive. Es exclusivo sólo en el sentido de que
puedo fundirme plena e intensamente con una sola persona. El amor
erótico excluye el amor por los demás sólo en el sentido de la fusión
erótica, de un compromiso total en todos los aspectos de la vida, pero
no en el sentido de un amor fraterno profundo. El amor erótico, si es
amor, tiene una premisa. Amar desde la esencia del ser y vivenciar a la
otra persona en la esencia de su ser. Amar a alguien no es meramente un
sentimiento poderoso, es una decisión, es un juicio, es una promesa-. Si
el amor no fuera más que un sentimiento, no existirían bases para la
promesa de amarse eternamente. Un sentimiento comienza y puede
desaparecer. ¿Cómo puedo yo juzgar que durará eternamente, si mi acto no
implica juicio y decisión?
En su búsqueda de la unidad más allá de
la multiplicidad, los pensadores brahmánicos llegaron a la conclusión de
que el par de opuestos que se percibe no refleja la naturaleza de las
cosas, sino de la mente percipiente. El pensamiento percipiente debe
trascenderse a sí mismo para alcanzar la verdadera realidad.
La
oposición es una categoría de la mente humana, no un elemento de la
realidad. En el Rig-Veda, el principio se expresa en la siguiente forma:
“Yo soy los dos, la fuerza vital y el material vital, los dos a la
vez”.
Los maestros de la lógica paradójica afirman que el hombre puede
percibir la realidad sólo en contradicciones y que su pensamiento es
incapaz de captar la realidad-unidad esencial, lo Uno mismo. Ello trajo
como consecuencia que no aspira como finalidad última a descubrir la
respuesta en el pensamiento. Este sólo nos dice que no puede darnos la
última respuesta. El mundo del pensamiento permanece envuelto en la
paradoja. La única forma como puede captarse el mundo en su esencia
reside, no en el pensamiento, sino en el acto, en la experiencia de
unidad.
Aportes Finales
1. El amor no es el resultado de la
satisfacción sexual adecuada; por el contrario, la felicidad sexual –y
aún el conocimiento de la llamada técnica sexual es el resultado del
amor. Si aparte de la observación diaria fueran necesarias más pruebas
en apoyo de esa tesis, podrían encontrarse en el vasto material de los
datos sicoanalíticos. El estudio de los problemas sexuales más
frecuentes –frigidez en las mujeres y las formas más o menos serias de
impotencia síquica en los hombres-, demuestra que la causa no radica en
una falta de conocimiento de la técnica adecuada, sino en las
inhibiciones que impiden amar. El temor o el odio al otro sexo están en
la raíz de las dificultades que impiden a una persona entregarse por
completo, actuar espontáneamente, confiar en el compañero sexual, en lo
inmediato y directo de la unión sexual. Si una persona sexualmente
inhibida puede dejar de temer u odiar, y tornarse entonces capaz de
amar, sus problemas sexuales están resueltos. Si no, ningún conocimiento
sobre técnicas sexuales le servirá de ayuda.
2. La definición del amor según
Sullivan: el amor comienza cuando una persona siente que las necesidades
de otra persona son tan importantes como las propias.
3. Los hijos también sirven finalidades
proyectivas cuando surge el problema de disolver un matrimonio
desgraciado. El argumento común de los padres en tal situación es que no
pueden separarse para no privar a los hijos de las ventajas de un hogar
unido. Cualquier estudio detallado demostraría, empero, que la
atmósfera de tensión e infelicidad dentro de la “familia unida” es más
nociva para los niños que una ruptura franca, que les enseña, por lo
menos, que el hombre es capaz de poner fin a una situación intolerable
por medio de una decisión valiente.
4. Otro error muy frecuente: la ilusión
de que el amor significa necesariamente ausencia de conflicto. Así como
la gente cree que el dolor y la tristeza deben evitarse en todas las
circunstancias, supone también que el amor significa la ausencia de todo
conflicto. Los conflictos reales entre dos personas, los que no sirven
para ocultar o proyectar, sino que se experimentan en un nivel profundo
de la realidad interior a la que pertenecen, no son destructivos.
Contribuyen a aclarar, producen una catarsis de la que ambas personas
emergen con más conocimiento y mayor fuerza.
5. El amor sólo es posible cuando dos
personas se comunican entre sí desde el centro de sus existencias, por
lo tanto, cuando cada una de ellas se experimenta a sí misma desde el
centro de su existencia. Sólo en esa “experiencia central” está la
realidad humana, sólo allí hay vida, sólo allí está la base del amor.
Experimentado en esa forma, el amor es un desafío constante; no un lugar
de reposo, sino un moverse, crecer, trabajar juntos; que haya armonía o
conflicto, alegría o tristeza, es secundario con respecto al hecho
fundamental de que dos seres se experimentan desde la esencia de su
existencia, de que son el uno con el otro al ser uno consigo mismo y no
al huir de si mismos. Sólo hay una prueba de la presencia del amor: la
hondura de la relación y la vitalidad y la fuerza de cada una de las
personas implicadas; es por tales frutos por los que se reconoce el
amor.
6. Tener “fe” en otra persona significa
estar seguro de la confianza e inmutabilidad de sus actitudes
fundamentales, de la esencia de su personalidad, de su amor. Al menos
que tengamos fe en la persistencia de nuestro yo, nuestro sentimiento de
identidad se verá amenazado y nos haremos dependientes de otra gente,
cuya aprobación se convierte entonces en la base de nuestro sentimiento
de identidad.
7. Educación significa ayudar al niño a
realizar sus potencialidades. La raíz de la palabra educación es
e-ducere, literalmente, conducir desde, o extraer algo que existía
potencialmente.
8. Mientras tememos conscientemente no
ser amados, el temor real, aunque habitualmente inconsciente, es el de
amar. Amar significa comprometerse sin garantías, entregarse totalmente
con la esperanza de producir amor en la persona amada. El amor es un
acto de fe y quien tenga poca fe también tiene poco amor.
El amor de benevolencia. La benevolencia
como actitud moral también nos es familiar: consiste en prestar
asentimiento a lo real, ayudar a los seres a ser ellos mismos.
Si pensamos un poco más en esa
definición, y sobre todo en esa actitud, enseguida descubriremos que
consiste en afirmar al otro en cuanto otro. Esto también puede ser
llamado amor: «amar es querer un bien para otro». El amor como
benevolencia consiste, pues, en afirmar al otro, en querer más otro, es
decir, querer que haya más otro, que el otro crezca, se desarrolle, y se
haga «más grande». Esta forma de amor no refiere al ser amado a las
propias necesidades o deseos, sino que lo afirma en sí mismo, en su
alteridad. Por eso es el modo de amar más perfecto, porque es
desinteresado, busca que haya más otro. También podemos llamarlo
amor-dádiva, porque es el amor no egoísta, el que ante todo afirma al
ser amado y le da lo que necesita para crecer. Por eso, amar es afirmar
al otro.
Sin embargo, también existe la
inclinación a la propia plenitud, un querer ser más uno mismo. Esto es
una forma de amor que podemos llamar amor-necesidad, porque nos inclina a
nuestra propia perfección y desarrollo, nos hace tender a nuestro fin,
nos inclina a crecer, a ser más. Por eso podemos llamarlo también amor
de deseo. Esta forma de amor es el primer uso de la voluntad, que hemos
llamado simplemente deseo o apetito racional. Según él, amar es crecer.
En cuanto la voluntad asume las tendencias sensibles, en especial el
deseo, éstas pueden llamarse también amor, en el sentido de
amor-necesidad o amor natural: «se llama amor al principio del
movimiento que tiende al fin amado», como dijimos al clasificar los
sentimientos y pasiones.
Hay que decir, sin embargo, que llamar
amor al deseo de la propia plenitud, a la inclinación a ser feliz, a la
tendencia sensible y a la racional, puede hacerse siempre y cuando este
deseo no se separe del amor de benevolencia, que es la forma genuina y
propia de amar de los seres humanos. La razón es la siguiente: el puro
deseo supedita lo deseado a uno mismo, es amarse a uno mismo, porque
entonces se busca la propia plenitud, y la consiguiente satisfacción, y,
por así decir, se alimenta uno con los bienes que desea y llega a
poseer. Pero a las personas no se las puede amar simplemente
deseándolas, porque entonces las utilizaríamos para nuestra propia
satisfacción. A las personas hay que amarlas de otra manera: con amor de
amistad o benevolencia.
Así pues, el amor se divide de un primer
modo, que es considerando su forma, uso o manera, que es, como se acaba
de ver, doble: el amor-necesidad y el amor dádiva. En las acciones
nacidas de la voluntad amorosa, que se explicarán después, sucede algo
realmente singular: El quinto uso de la voluntad (el amor dádiva)
refuerza y transforma los cuatro restantes, empezando por el amor
necesidad o deseo. Hay, pues, una correspondencia del amor de
benevolencia con el amor-necesidad y los restantes usos de la voluntad,
de la cual resulta que éstos se potencian al unirse con aquél. Antes de
exponer esas acciones, y para terminar la exposición general acerca del
amor, son necesarias tres precisiones:
1) Todos los actos de la vida humana, de
un modo o de otro, tienen que ver con el amor, ya sea porque lo afirman
o lo niegan. El amor es el uso más humano y más profundo de la
voluntad. Amar es un acto de la persona y por eso ante todo se dirige a
las demás personas. Sin ejercer estos actos, y sin sentirlos dentro, o
reflexionar sobre ellos, la vida humana no merece la pena ser vivida.
De aquí se sigue que el amor no es un
sentimiento, sino un acto de la voluntad, acompañado por un sentimiento,
que se siente con mucha o poca intensidad, e incluso con ninguna. Puede
haber amor sin sentimiento, y «sentimiento» sin amor voluntario. Sentir
no es querer. En las líneas que siguen se pueden ver muchos ejemplos de
actos del amor que pueden darse, y de hecho se dan, sin sentimiento
«amoroso» que los acompañe. El amor sin sentimiento es más puro, y con
él es más gozoso. Pero ambos no se pueden confundir, aunque tampoco se
pueden separar.
Ese sentimiento, que no necesariamente
acompaña al amor sensible o voluntario, puede llamarse afecto. Amar es
sentir afecto. El afecto es sentir que se quiere, y se reconoce
fácilmente en el amor que tenemos a las cosas materiales, las plantas y
los animales, a quienes «cogemos cariño» sin esperar correspondencia,
excepto en el caso de los últimos. El afecto produce familiaridad,
cercanía física, y nace de ellas, como ocurre con todo cuanto hay en el
hogar. Pero además de afectos, el amor tiene efectos: como todo
sentimiento, se manifiesta con actos, obras y acciones que testifican su
existencia también en la voluntad. Los afectos son sentimientos; los
efectos son obra de la voluntad. El amor está integrado por ambos,
afectos y efectos. Si sólo se dan los primeros, es puro sentimentalismo,
que se desvanece ante el primer obstáculo.
2) Uno de los efectos del amor es su
repercusión en el propio sujeto que ama, y se llama place, que es el
gozo o deleite sentido al poseer lo que se busca o realizar lo que se
quiere. De este modo «el placer perfecciona toda actividad» y la misma
vida, llevándola como a su consumación. Se pueden señalar dos clases de
placeres: «los que no lo serían si no estuvieran precedidos por el
deseo, y aquellos que lo son de por sí, y no necesitan de esa
preparación».
A los primeros podemos llamarles
placeres-necesidad, y nacen de la posesión de todo aquello que se ama
con amor-necesidad, por ejemplo, un trago de agua cuando tenemos sed. A
los segundos podemos llamarlos placeres de apreciación, y llegan de
pronto, como un don no buscado, por ejemplo, el aroma de un naranjal por
el que cruzamos. Este segundo tipo de placer exige saber apreciarlo:
«los objetos que producen placer de apreciación nos dan la sensación de
que, en cierto modo, estamos obligados a elogiarlos, a gozar de ellos»,
por ejemplo, todos los placeres relacionados con la música. Se sitúan en
el orden del amor-dádiva porque exigen una afirmación placentera de lo
amado independiente de la utilidad inmediata para quien lo siente. El
término satisfacción, que se puede aplicar al primer tipo de placer,
esclarece también lo que se quiere indicar con el segundo.
La idea más habitual acerca del placer
lo restringe más bien a la fruición sensible y «egoísta» propia de los
placeres-necesidad (dejarse caer en el sillón al llegar a casa), pero
tiende a dejar en la penumbra la satisfacción, más profunda, de los
placeres de apreciación (encontramos un regalo en nuestra habitación).
Los placeres gustan al hombre, de tal modo que los busca siempre que
puede. Está expuesto por ello al peligro de buscarlos por capricho, y no
por necesidad, haciendo de ellos un fin, incurriendo entonces en el
exceso (beber más de la cuenta si estamos sedientos). Enseñar a alcanzar
el punto medio de equilibrio entre el exceso y el defecto de los
placeres corresponde a la educación moral, que produce la armonía del
alma.
3) La división del amor en
amor-necesidad y amor-dádiva se hace, como se ha dicho, según el modo de
querer en uno y otro caso (primer y quinto uso de la voluntad
respectivamente). Sin embargo, también se puede dividir el amor según
las personas a quienes se dirige, según tengan con nosotros una
comunidad de origen, natural o biológico, o no lo tengan.
En el primer caso, se da una cercanía y
familiaridad físicas que hacen crecer espontáneamente el afecto: padres,
hijos, parientes… Este es un amor a los que tienen que ver con mi
origen natural. Podemos llamarlo amor familiar o amor natural. Cuando no
se da esta comunidad de origen, el tipo de amor es diferente: lo
llamaremos amistad, que a su vez puede ser entendida como una relación
intensa y continuada, o simplemente ocasional. Un tercer tipo es aquella
forma de amor entre hombre y mujer que llamaremos eros y forma parte la
sexualidad, y de la cual nace la comunidad biológica humana llamada
familia: es un amor de amistad transformado, intermedio entre esta
última y el amor natural.